Marta Moro

Se celebró hace unos pocos meses la tercera exposición de Pintura Realista Contemporánea en la Agrupación Artística Aragonesa. En esta ocasión la exposición tuvo otra sede simultánea en la Galería Colours de Edimburgo. En la inauguración se presentó el cuarto anuario de Artelibre.

Ya sólo ver algunas de las obras usadas para el cartel publicitario se da una cuenta de la categoría de las obras expuestas. Es el caso de éste que me ha llamado poderosamente la atención:

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Se trata de una obra de un artista norteamericano, Randy Ford, titulada «Morning Bosanova». Veámosla aumentada:

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Es una maravilla lumínica, un gran acierto de contraste de brillos metálicos y texturas opacas como las telas de las ropas de algodón, en un interior iluminado desde fuera con esa luz plateada de un ciudad hecha de metal y cristal como es Nueva York. Una escena del desayuno mañanero en donde cada uno va a lo suyo en perfecta asintonía, cotidiana y vivísima a pesar de la aparente estanqueidad de la imagen. Me admiro de cómo ha conseguido el efecto del suelo desde el interior hasta la entrada de la luz, y por supuesto de los brillos de las banquetas y los azulejos de la barra.

Si entrais en su página vereis más obras de este gran pintor, como éstas que he escogido:

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Gracias a un comentario de Porlis he descubierto a Isabel Guerra «la monja pintora».

No sabía de su existencia y me he quedado maravillada, sobre todo al saber que fue autodidacta, y que aprendió de sus visitas a los museos y de los libros de arte.

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Al parecer, lo vende todo cuando expone, no me extraña porque es una hiperrealista consagrada. Empezó con un estilo más impresionista y hasta probó el expresionismo. Hizo retratos por encargo para sobrevivir, pero ahora trata de mostrar imágenes de paz y serenidad, como contraste a la violencia del mundo real y extramuros, en un intento de mostrarnos que hay otro mundo posible. Todo esto y más lo podeis leer en esta entrevista que le hicieron en 2007.

En Artelibre podeis ver algunas más de sus obras.

He descubierto a esta pintora en la web de Algargos. Es una de las imágenes que ilustran una de sus galerías.

He escogido este cuadro, porque me gusta especialmente (podría usarse para explicar a alguien el «movimiento cubista»)

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Me parece que estamos ante una maestra del retrato femenino, pero creo que no sólo eso, si no que también transmite una manera de entender la feminidad en sus retratos con un canon de belleza muy clásico pero al mismo tiempo real y contemporáneo.

Representa mujeres jóvenes en poses, unas veces más naturales y otras un poco más de estudio. Con frecuencia estas muchachas están ensimismadas o contemplando su propio reflejo en un espejo. Viendo su galería de obras completas parece que estamos ante una reflexión de la mujer ante su propio cuerpo y su identidad, sin permitir ninguna mirada desde el exterior (ninguna mujer mira al espectador)

Además tiene su propio blog donde manifiesta sus reflexiones y vivencias (suerte para los que sepan francés)

Esta pintora sevillana transmite una gran delicadeza en sus obras aportando una gran sensibilidad. Su obra se puede entender como el reflejo de la personalidad de la mujer del sur, cálida, poética y sugerente.

Maneja con sabiduría los espacios y la luz, y dota al cuerpo femenino de una gran carnalidad sin perder dulzura.

Tiene una fantástica página, casi con el mismo gusto estético que su obra.

Os voy a ir mostrando algunas de sus obras con algún comentario hecho por la propia autora, que nos sitúan mejor ante su pintura.

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Este cuadro se titula «Leyendo unas cartas viejas» 1999 (óleo sobre tabla, 146 x 114 cm)

«Rememora la serenidad que nos aporta la contemplación de lo que ya pasó, desde la intimidad más intransferible. Es la esencia de esta obra, inspirada en el soneto del mismo nombre del poeta portuense Jose Luis Tejada Peluffo, ya desaparecido, a cuya memoria está dedicada.»

La autora me ha remitido un documento en el que explica con mucha más precisión el proceso creativo de este precioso cuadro: Leyendo unas cartas viejas

Con un poquito más de tiempo, y gracias al archivo fotográfico de mi ayudante, he podido recordar quien era el autor del cuadro de adolescentes que vi en el CGAC, y del que ya había visto obra en el MUSAC de León.

Y no es un autor si no dos: Markus Nuntean y Adi Rosenblum.

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En aquella fantástica esposición se veían varios cuadros grandes con figuras de adolescentes, entre lánguidos y un poquito irreverentes pero no mucho, como tratando de expresar la peculiaridad emocional de esa etapa. Puede ser un reflejo de la «postura social» con que se puede asociar a la generación actual de adolescentes occidentales (aunque toda generalización es errónea) que vive en una rara época entre la opulencia y la constante interrogación sobre su futuro.

Es muy interesante el análisis de su obra que hace la página del MUSAC de cuando su exposición, y en esta otra.

Creo que todos los pintores tenemos en mente «El Cuadro», es decir aquella obra que nos gustaria haber pintado y que no hemos hecho por diferentes razones. Puede ser un cuadro que ya conocemos con anterioridad o puede ser como en mi caso, que se encuentra de golpe: me di cuenta de que era «El Cuadro» cuando lo vi por primera vez.

Esto justo es lo que me ha pasado con esta pintura de Roberto Bernardi:

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Por su atrevimiento con un tema sobre objetos tan cotidianos y prosaicos como los utensilios de limpieza de cualquier marujo o maruja que se precie de serlo: los cepillos, las bayetas, los estropajos, los sprays, hasta los guantes y el agua pura que lo limpia todo. ¡Y esas baldosa y grifos que brillan como los chorros del oro!

Por su maestría con la técnica pictórica tan minimalista.

Por su manejo de los colores y la luz.

En fin, por haber convertido un tema vulgar en pura poesía.

La técnica de la acuarela me parece dificilísima, pero usarla para hacer obras hiperrealistas ya me parece el colmo de la complicación.

Y este pintor, lo hace y con suma maestría.

Modestamente dice que él trata de acercarnos a los objetos cotidianos que nos pasan desapercibidos como la vajilla de la mesa de comedor o las sábanas de una cama.

Los retratos que hace de mujeres están bien pero los bodegones, para mi gusto, están sublimes.

Me llevan a esa época de comidas y cenas de la infancia en casa de la abuela con los manteles de cuadros, el porrón y las viejas piezas de porcelana y cristal. Hay uno con un plato de duralex, un tenedor y una barra de pan (el sexto de esta página) que es viajar a los 12 años directamente, y volver a sentir la impaciencia de la comida caliente mirando el fondo del plato ansiosamente antes de que caiga en él.

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Que cantaba Frank Sinatra…

¡Ay, quien pudiera estar estos días en New York!

Resulta que hay una exposición en el Museo Metropolitano de varias obras maestras de Vermeer, entre ellas «La lechera».

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Además están muy bien acompañadas de pinturas de otros contemporáneos suyos alemanes como Pieter de Hooch o Nicolaes Maes.

Es su fascinante manera de celebrar el 400 aniversario del viaje de Henry Hudson (cuyo apellido da nombre a la bahía de Nueva York) desde Amsterdam a Manhattan.

Esta amiga de la que vengo hablando tiene entre su colección de arte, una obra de Leandro Lamas Ermida.

Se trata de una bella señorita que fuma mientras bebe un vinito escuchando su música preferida (que sale de su tocadiscos con su enorme altavoz) en su acogedora salita.

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Su estilo colorista y naif reproduce escenas cotidianas o imaginadas cargadas de ilusión, romanticismo o fina ironía. Podeis ver sus obras con calma en su página en Artelista.

Algunos cuadros de desnudos femeninos de Omar Ortiz me han hecho acordarme de Ingres.

Neoclásico o Romántico o ambas cosas a la vez, Dominique Ingres fue un pintor imprescindible para la Historia de la Pintura.

Bebió de la fuentes clásicas, sobre todo cuando vivió en Italia. Admiraba fervientemente a Rafael. Pero aportó su peculiar mirada a las normas clásicas adoptando un criterio propio de elegancia, refinamento y exotismo con el que supo ganarse a los poderosos de su época, tiempos convulsos con la llegada de Napoleón al poder en Francia y los períodos siguientes.

Nunca cruzó el Mediterráneo y sin embargo envolvía sus obras, sobre todo los desnudos femeninos, del exotismo del Oriente, con los colores cálidos y nebulosos de sus ambientes, los ropajes y estampados de las telas, las poses curvilíneas de las modelos.

Así se puede apreciar en esta obra suya titulada «La Gran Bañista» o «La Bañista de Valpinçon», debido al nombre del comprador del cuadro en su época al pintor.

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Está de espaldas mostrando un total distanciamento con el espectador, no muestra el rostro. Está ensimismada en su relax después de un baño, en una estancia cálida con gruesos ropajes y una luz muy ténue que sólo se refleja con más fuerza en su espalda. El silencio parece absoluto, sólo roto por el murmullo del agua del pequeño surtidor de abajo a la izquierada.

La gran monumentalidad del cuerpo humano es lo novedoso en esta obra. Las bañistas de otras épocas clásicas anteriores estaban integradas en una gran estancia o en un amplio paisaje. Y eso que hasta se le pueden achacar ciertos errores anatómicos como la excesiva longitud de la columna (algunos críticos dicen que la modelo debería tener 3 ó 4 vértebras más para tener esa longitud de espalda), la estrechez de caderas o la hinchazón de la planta del pié. Otros críticos dicen que Ingres era muy consciente de esos errores y que lo hacía aposta para dar esbeltez a sus desnudos.

Sea como fuere, el cuadro es maravilloso.